martes, 7 de octubre de 2008

El registro policial

Después de recorrer poco más de 40Km con el coche, fumando porros durante el trayecto, llegamos a nuestra destinación preparados para la fiesta nocturna.

Que sorpresa nos llevamos al darnos cuenta que la cola que se formaba a la entrada del pueblo era debido a que la policía detenia e inspeccionaba cada uno de los coches que decidian entrar.

Luces de color azul, hombres con uniforme, armas y nuestros bolsillos llenos de hachís en suficiente cantidad como para que esos hijos de la gran puta nos metieran un puro de cagarse.

Manteníamos la calma al observar que los agentes solo hacían cuatro preguntillas a la gente del interior de los coches y los dejaban pasar. Hasta que llegó nuestro turno.

El agente metió la cabeza en el interior del coche si decir nada. Acto seguido nos hace las preguntas de rigor. Quienes somos, a donde vamos y de donde venimos, vamos lo que todo el mundo se ha preguntado alguna vez en la vida solo que esta vez lo preguntaba un cabronazo con pinta de partirte la cara, que no parecia haberselo preguntado nunca a sí mismo.

Después de responder, nos invita a cerrar la música con una de sus amables palabras y nos indica que apartemos el coche de la carretera hacia la zona despejada.
En este momento comprendo que la hemos cagado.



Así que aparcamos el coche. Ellos nos siguen por detrás y aparcan de tal forma que la huida sea practicamente imposible.

Salen del coche i se acercan. En este momento nadie habla, y yo tengo las pelotas a la altura del esófago.

Indican al conductor y a un pasajero que bajen del coche. A mí no me dicen nada por el momento, por lo que me quedo dentro con mis pelotitas subiendo ya por la nuez del cuello.

Una cosa que he aprendido con el tiempo en el trato con la policía, es que nunca debes hacer ni más, ni menos de lo que te piden.

Mis compañeros están fuera, manos en alto y de patas abiertas preparados para el registro. Solo tengo una oportunidad porque el siguiente que saldrá al escenario para demostrar sus dotes de registrado voy a ser yo.

Así que intentando ser disimulado. Arrastro la mano hasta mi bolsillo y saco el material para ponerlo a buen recaudo en el interior del coche.

Segundos después de que los agentes del orden hayan jugado a “polis”con mis amigos, me llaman para que salga a jugar yo.
En este momento desconozco si han encontrado el material de mis colegas, pero deduzco que no.

Saco lo que tengo en los bolsillos con cara de estúpido, cuando descubro que llevo un librito de papel en el interior de estos. Nunca tengo papel pero hoy si, “hoy es un gran día para llevar papel” pienso sarcásticamente.

La cara de este mamón no tiene precio. Si no tubo bastante con el olor que desprendía el coche, acabo de darle todo lo que le hace falta para tener claro lo que va ha encontrar en el interior del vehículo.

Un agente con cara de soplapollas no mucho mayor que yo, va a buscar una linterna que entrega a su superior, y este empieza a mirar concienzudamente el interior del vehículo
Mientras John Wayne busca en el coche, el soplapollas controla que no pase nada raro.
Yo por mi parte estoy a punto de escupir mis pelotas y a juzgar por la cara de mis compañeros no están mucho mejor.

Pasados unos siete larguisimos minutos y de que John haya dejado el coche que parezca un lego para volver a montar, se nos acerca y con una cara que oscila entre triste y enfadado nos dice “podéis marchar” hace una pausa y continua con un “pero id con cuidado chavales”
Nosotros asentimos recogemos todo el desorden rápidamente y nos largamos.

Durante un minuto hay un silencio sepulcral en el interior del coche. Nadie acaba por creerse lo que acaba de pasar. Luego, cuando ya estamos a lejos de la zona patrullada, estallan las risas nerviosas y los comentarios sobre nuestra fantástica y reputa suerte. Todos recuperamos nuestras pertenencias ilegales como si nada hubiese pasado.

Todavía hoy no comprendo como no encontró nada de nada.

Esta noche acabamos más puestos de THC que nunca.